La radio cumple un siglo. Nació una noche del 27 de agosto de 1920 de la mano de cuatro pioneros liderados por el Dr Enrique Susini. Desafiando los conocimientos técnicos de la época, colgaron en terrazas del centro porteño, cables y antenas conectados a un transmisor de cinco vatios de potencia con bobinas, transformadores, condensadores y un micrófono para sordos y lograron realizar la primera transmisión de sonidos a distancia, poniendo en el aire para cincuenta receptores, la obra de música clásica sacra Parsifal de Richard Wagner, desde el interior del teatro Coliseo.
…Y anoche una onda sonora onduló vermicular, de las 21 a las 24, por el espacio, como cubriendo con su sutil celaje de armonías –las más caprichosas, ricas, grávidas de nobles emociones–, la ciudad entera”, escribía Mastrogiani, crítico de música del diario porteño La Razón.
Los locos de la azotea, como fueron bautizados los protagonistas de aquella genial y mágica noche, colocaron la piedra fundacional de un hito argentino y mundial: la radiofonía.
Dueña de una rica historia, de un intenso e imaginativo presente, y seguramente de un futuro lleno de reinvenciones creativas, la radio ha sostenido a lo largo de todas las diversas épocas transitadas en cien años, el misterio de su encanto secreto.
Con todos los cambios tecnológicos, y las permanentes transformaciones artísticas y estéticas, de formatos, estilos y contenidos de programación, los cultores radiofónicos siempre buscaron fortalecer la relación con las diversas y amplias audiencias, basándose en la atracción de la voz humana, la circulación democrática y libre de la palabra, y la utilización de todos los recursos sonoros. Sin perder la esencia, la radio supo cambiar, desafiar nuevos tiempos, potenciar sus habilidades.
La radio, con sus tradiciones y sus innovaciones, se convirtió en el medio de comunicación más cercano a la dimensión humana, emocionalmente más poderoso, intelectualmente más imaginativo y profesionalmente más auténtico y ético. En tiempos de la dictadura de la imagen y la virtualidad digital, la radio está, sigue y busca su futuro porque sabe que tiene un contrato moral y sentimental con las fibras profundas del ser humano que necesita oir para creer, oír para dudar, oír para sentir, oír para pensar.
La radio es compañera en la vida, es amorosa, no hace daño. Nació, vive y pervivirá con buenas intenciones para sus oyentes, para ser una cálida y grata compañía.
La radio es un pacto cómplice entre quien habla y quien escucha, porque lo que los une es la palabra. La radio habla y deja hablar, se hace escuchar, pero escucha, opina y deja opinar.
La radio es un aula que alfabetiza oralmente, un lugar respetuoso del dialogo social, un pequeño gran mundo sincero y cotidiano, una casa solidaria.
La radio siempre humaniza, educa informalmente, abre frescas ventanas para conocer la realidad, la cultura humana y la historia. La radio son las voces vocacionales, profesionales, pasionales, que construyen ciudadanía hablándole a un todo colectivo social, y a cada uno en su íntimo y personal teatro de la mente.
La radio agudiza nuestra capacidad de percepción, potencia nuestra imaginación, activa nuestro asombro, crea climas y estados de ánimo, masajea el pensamiento, interpela nuestro esquema de ideas, acerca el conocimiento, amplia nuestra comprensión, estimula nuestra sensibilidad, alimenta y ensancha nuestras miradas culturales, sociales y políticas.
Nuestras vidas están impregnadas de radio. La radio mejora nuestras vidas.
¡Felices 100 años!
Fragmento de la primera emisión de Radio desde el techo del Teatro Coliseo, un 27 de Agosto de 1920.
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